Hay una fotografía
de Charles Darwin en su vejez, donde el gran naturalista fue retratado para la
posteridad. No sé porqué, siempre me dio la impresión –lo digo con todo
respeto-de un mono sereno y sabio. Cuando el sol del atardecer dora sus
pelajes, a veces los chimpancés y orangutanes adquieren esa mirada reflexiva
donde el hombre ve reflejado su propio espíritu, despojado de todo el artificio
de la civilización. He aquí, el hombre que reveló nuestro parentesco con los
primates tenía rasgos simiescos bastante marcados. No fui yo el único en
notarlo, pues existe una caricatura de época, donde se explota este parecido
con los primates, para satirizar su teoría evolutiva.
¿Tendrán alguna
relación la fisonomía y expresión del naturalista con sus ideas? Pero no quiero
hacer “ciencia dura” aquí, sino sólo llevar a cabo algunas observaciones
sugestivas para despertar la curiosidad del lector, y prepararlo para
considerar bajo una nueva luz la vieja idea platónica referida a los
arquetipos. Concepto éste, me atrevo a decir, poco o nada comprendido en
tiempos modernos.
Veamos otro
pensador famoso, el filósofo Friedrich Nietzsche. Sus ideas se sitúan en las
antípodas de la prédica cristiana que promueve la caridad y la solidaridad
social. Autor de un notable estudio sobre el origen de la tragedia, desde sus
primeros escritos resaltó la importancia de los instintos humanos, la fuerza de
lo “dionisíaco”, como un factor antitético y complementario de la razón
“apolínea”, a la cual prestaron mayor atención los filósofos anteriores a él.
Su concepción más conocida es la del “superhombre”, hacia donde debía
evolucionar el ser humano superando sus propias contradicciones. No me propongo
aquí resumir la compleja filosofía nietzscheana, sino solamente destacar su
matiz fundamental, a saber, la valorización de los instintos humanos, y su
rechazo de la debilidad y la caridad, que ayuda a sobrevivir a los débiles.
Friedrich Nietzsche
Ahora miremos su
foto. Es, en efecto, el tipo de rostro que hubiésemos supuesto al autor, a
partir de sus escritos. Un bigote exuberante, de “supermacho”, si se me permite
el término, domina su expresión. A ello se une una mirada intensa, dura, de
hombre con instintos fuertes. Otra vez, parece que las concepciones filosóficas
nacen de la fisonomía misma del pensador.
Un ejemplo más
actual de concordancia entre fisonomía y creación conceptual lo ofrece el
multimillonario Bill Gates, inventor del sistema operativo Windows y fundador
de Microsoft. Su rostro lampiño y prolijo, dominado por unos eternos anteojos,
es el del típico “nerd” -para usar la terminología adolescente-, aquel que se
pasa las horas frente a una computadora, y para quien el mundo natural no
parece tener encanto, si no es visto a través de una pantalla.
Gates transformó la
vida de millones de personas, como en su momento lo hizo Edison. No debe
subestimarse su contribución y la de su empresa a la vida moderna, sumando una
nueva dimensión a la comunicación, al ocio dilettante, al enciclopedismo, etc.
Campos virtuales
No quiero con lo
dicho anticipar unas creaciones intelectuales a partir de una fisonomía dada;
decir “será pianista” porque tiene dedos largos, o “será escritor” porque usa
anteojos. Siempre es necesario conocer las obras de un hombre antes de
desentrañar aquello que su aspecto sugiere. Pero una vez demostrado el genio
individual en los hechos, entonces puede advertirse la armonía entre fisonomía
e ideas de una persona.
Estamos en las
antípodas de Lombroso: para él, unas orejas separadas denotaban a un asesino.
Su teoría postulaba un determinismo anatómico sobre las cualidades
espirituales; por el contrario, yo estoy sugiriendo una incidencia espiritual
sobre la expresión y la fisonomía de las personas. El espíritu sería el molde
virtual que da forma al ser material, de ahí proviene la armonía entre ambos.
El biólogo Rupert
Sheldrake ha expuesto una idea parecida con su teoría de los “campos
morfogenéticos”, donde la materia viviente cobra su forma a partir de campos
virtuales, modificados por la experiencia vital de cada ser vivo y transmitidos
de generación en generación. Ahora es el momento de plantearse si dichos campos
virtuales no serán los responsables de ciertos tipos humanos que se repiten en
todas las razas y sociedades: el artista –generalmente delgado e
introspectivo-, el líder político o militar –de constitución más bien robusta,
acostumbrado al mando-, el deportista
-musculoso y elástico- etc.
Los casos que acabo
de presentar implican un escalón más en esta concepción, pues me pregunto si
cada pensador o inventor destacado no encarna un arquetipo ideal; si no son,
ellos mismos, seres formados en la matriz de una idea, que a lo largo de su
vida deben descubrir y desarrollar, poniéndola en circulación por el mundo.
Ideas y realidades
En el siglo XIX, la
mayoría de los pensadores concibió al universo como una gigantesca máquina;
ingenios tales como la rueda o el motor a vapor sirvieron como analogías del
funcionamiento de la naturaleza, resaltando así el aspecto mecánico de la Creación. Esta
concepción fue agrietándose a principios del siglo XX, cuando la relatividad
restringió los alcances de la teoría gravitatoria de Newton, y, sobre todo,
cuando las nuevas teorías cuánticas revelaron la naturaleza caótica e
impredecible de las partículas subatómicas y sus movimientos.
Ya no podía
concebirse al átomo y sus componentes como bolitas de billar, y calcular por
anticipado todas sus carambolas, por el simple hecho de que para la nueva
física, no puede conocerse al mismo tiempo la velocidad y la posición de una
partícula. De hecho, muchas de ellas se comportan en determinadas
circunstancias como ondas de energía, en lugar de corpúsculos.
El átomo y
sus campos energéticos
Pero la cosmovisión
mecánica del siglo XIX ¿fue una consecuencia de la era industrial, o la causa
de ella? Quizá debamos aceptar ambas posibilidades a la vez. Una nueva manera
de pensar desemboca en aplicaciones prácticas, que a su vez influyen en la
manera de concebir el cosmos.
En los últimos
años, una nueva visión ha surgido: hoy los biólogos conciben los genes como
bits de información, y trabajan sobre ellos para producir generaciones inmunes
a ciertas enfermedades o parásitos. Su trabajo los aproxima al de los
programadores informáticos, y uno se pregunta si esto es casual, o si los
avances paralelos de la biología y la computación simplemente responden a una
nueva idea arquetípica que se manifiesta en nuestra época.
Tal vez, cada era
humana está regida por una idea; la Edad Media tuvo como ideal el ascetismo, y sus
santos pálidos y desnutridos expresaban dicho ideal de desapego al instinto. La Revolución Industrial
tuvo como ideal a la máquina, que era literalmente, el “motor” del progreso.
Hoy jugamos a ser dioses de otra manera, retocamos una imagen en el photoshop
para adecuarla a nuestro gusto, al mismo tiempo que los biólogos trabajan para
modificar genéticamente a las especies animales y vegetales que nos alimentan;
todo ello obedece al nuevo ideal informático.
Ahora podemos comprender mejor a Platón, cuando afirmaba que el mundo de las ideas era el verdadero, y el mundo de las apariencias (que nosotros llamamos realidad) un simple reflejo de aquél. Y cada persona encarna a su vez una idea; su trabajo intelectual le permitirá plasmarla en la realidad. Para Platón, este trabajo consiste fundamentalmente en “recordar” aquella idea primigenia; al conectarse mentalmente con el arquetipo, el pensador adquiere la clarividencia necesaria para solucionar cada problema teórico o práctico, y así traer esa concepción desde el mundo de las ideas a la realidad tangible.
Ahora podemos comprender mejor a Platón, cuando afirmaba que el mundo de las ideas era el verdadero, y el mundo de las apariencias (que nosotros llamamos realidad) un simple reflejo de aquél. Y cada persona encarna a su vez una idea; su trabajo intelectual le permitirá plasmarla en la realidad. Para Platón, este trabajo consiste fundamentalmente en “recordar” aquella idea primigenia; al conectarse mentalmente con el arquetipo, el pensador adquiere la clarividencia necesaria para solucionar cada problema teórico o práctico, y así traer esa concepción desde el mundo de las ideas a la realidad tangible.
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