“El número es la
ley del universo”, he aquí una frase sencilla pronunciada por Pitágoras. Todos
la entienden, y nadie. ¿Qué quiso exactamente decir? Antes de ofrecer mi propia
interpretación, voy a exponer unos pequeños misterios numéricos de la historia
francesa, a modo de aperitivo previo al plato principal.
Luis XVI subió al
trono en 1774. Sumando a ese año las cifras que lo componen (1774 +1+7+7+4) nos
da 1793, el año en que el afable monarca fue decapitado. Pasemos adelante.
La fecha de la Revolución Francesa ,
1789, nos da, sumados sus términos a ella, 1789+1+7+8+9=1814, la fecha de la
caída del Imperio napoleónico, que surgió de la Revolución.
Hubo otra revolución
francesa -menos importante, por eso las minúsculas- en 1848. Sumamos ese número
a sus componentes (1848+1+8+4+8) y obtenemos 1869, el fin del Imperio surgido
de esa revolución. En ese año, Napoleón III ve recortadas sus facultades
constitucionales, y al año siguiente termina su reinado.
No he resistido, lo
confieso, la tentación de probar el mismo juego con el año de mi nacimiento:
1958. Sumados sus términos (1+9+5+8) dan 23; a esa edad me recibí de abogado.
“Ahora –escribe
Sharper Knowlson- si un joven matemático puede encontrar el futuro en los
números de la historia personal con un agrupamiento así, ¿no es lógico que el
matemático más antiguo y filosófico, viendo las mismas coincidencias en los
eventos de su propia época, fuera inducido a teorizar sobre la naturaleza
fundamental de los números, siendo sus conclusiones que los números no son
meras abstracciones, sino que ocultan factores de la vida; en suma, son quienes
llevan la fortuna o la suerte?”
En otras palabras,
queremos saber si los números son un principio actuante en sí mismo, o si sólo
expresan relaciones entre términos materiales no regidos por ellos. Difícil
será sostener esta última opinión, en vista de que los elementos químicos son
determinados por su número atómico. La adición de un protón a un núcleo atómico
cambia instantáneamente el elemento, ergo el número no es inocuo, sino esencial
en la constitución de cada elemento, sea orgánico o mineral.
Los pueblos
antiguos observaban diligentemente los planetas para determinar sus períodos
orbitales; también llegaron a estimar el movimiento de algunas estrellas fijas
cercanas, como Sirio. Sus observaciones se resumían en números, que luego
regían sus calendarios. Lo curioso es que el número resultante de una
observación muchas veces se disociaba de la realidad celeste, relacionándoselo
arbitrariamente con otras unidades de tiempo, para crear un período calendárico
convencional de base puramente aritmética. O bien se lo empleaba en otros
campos, como el de la geometría o las mediciones de distancias terrestres.
El
número áureo rige el crecimiento en la naturaleza y la estética
Esta independencia
del número respecto de su origen se debe a la concepción pitagórica de los
antiguos. Para ellos, el número era el principio que regía los movimientos
astrales, y no al revés. Cuando sus cálculos de las órbitas planetarias
resultaban en un número determinado, consideraban haber descubierto al
principio rector de ese planeta. Así, por ejemplo, Saturno demostraba relaciones
ocultas con la Luna ,
pues su período orbital sideral es de 29,5 años, numéricamente idéntico al
período sinódico de la Luna ,
de 29,5 días. Para un astrónomo actual, esta coincidencia numérica carece de
toda relevancia, pues de hecho, se aplica a unidades de tiempo diferentes. Las
órbitas de Saturno y la Luna
no se corresponden de modo alguno para la ciencia material.
Pero para la ciencia mágica de los antiguos,
ambos astros estaban regidos por los mismos números, de lo cual deducían
algunas propiedades comunes.
Si construían un
templo a Saturno, el 29,5 entraría dentro de las medidas del templo, lo mismo
que en el de la Luna. Así
lograrían atraer la influencia simpática del planeta sobre los fieles. Cada
cuerpo celeste tenía sus números rectores, por medio de los cuales su
influencia se expresaba en la vida humana.
El 12 era el número del sol –por incluir 12 lunaciones dentro de un año
solar- pero también de Júpiter, cuya órbita sideral se cumple en aproximadamente
12 años terrestres.
Una persona podía
tener un carácter violento si sus números correspondían con los de Marte; era
una correspondencia vibratoria, no una influencia astrológica. El número, como
entidad virtual, afecta a la persona por sí mismo, sin necesidad de
correspondencia con los movimientos celestes. De hecho, nuestro calendario ha
sufrido varias correcciones –notoriamente, el salto de diez días por la reforma
gregoriana- por lo cual, la numeración de los días es arbitraria. Ello no
impide que el número siga teniendo su influencia virtual sobre las personas,
según las ideas de Pitágoras.
Pitágoras
Ley no escrita
Todos hemos notado
que algunos números “nos traen suerte”, o por el contrario, nos son
desfavorables. Por lo general, los números asociados con el propio nacimiento
son propicios: en mi caso, 30-03-1958.
Una primer pauta
emergente es el número 3, (yo soy el tercer hijo) repetido en el día del
nacimiento y el mes (el 0 no tiene valor). Tenemos así 3, y 33 (3x11). El once
hace su primera aparición, y se afirma cuando sumamos todas las cifras del día,
mes y año de nacimiento: 3+0+3+1+9+5+8= 29. Luego 2+9= 11.
Yo nací, además, a
las once de la noche (23 horas). Y las cifras sumadas de mi DNI también dan 11.
Sería de esperar, pues, que en primer lugar el 11, y luego el 3 y el 23 –cifra
que resume mi año de nacimiento- sean mis números de la suerte. Y aunque nunca
jugué al 11 en la ruleta o el bingo, sí ocurrió que los juicios más grandes
cobrados por mí –una serie de expropiaciones- se relacionan con una propiedad
industrial cuya dirección es en la calle Herrera 2504 (2+5+0+4=11).
El nacimiento de
mi primer hijo aconteció un día relacionado con el número once: 22 (11x2), o
también, 22/7 (2+2+7=11). ¿Casualidad? Tal vez. Pero por medio de los números,
los hijos se relacionan también con sus padres, adquiriendo una afinidad más
allá de la herencia genética.
En cuanto a la mala
suerte, he notado que Octubre por lo general no me es propicio. Es el mes
número diez del calendario, y bien quisiera saltearlo algunas veces, pasando
del nueve al once. Así han querido algunos hacer trampa al destino, eliminando
la habitación número trece en los hoteles (pues no la quiere casi nadie). Pero como todo símbolo, el número es
ambivalente, y el 13 resulta favorable a muchas personas.
Leyes no escritas
nos rigen; como toda ley, es posible infringirlas, y encontrar zonas grises
donde no se aplican. Aún así, ellas existen, y hacen emerger al cosmos a partir
del caos.
Actualización
Tal vez la mejor demostración de la máxima de Pitágoras sea la ley de
Titius, enunciada en 1766. Según Wikipedia, esta ley “relaciona la distancia de
un planeta al Sol con el número de orden del planeta mediante una regla simple.
Matemáticamente, se trata de una sucesión que facilita la distancia de un
planeta al Sol. La ley original era
donde n = 0, 3, 6, 12, 24, 48...,
con cada valor de n dos veces el valor anterior, y a representa el semieje mayor de la órbita. Es decir; formemos la
sucesión: 0, 3, 6, 12, 24, 48, 96..., Ahora añadamos 4 a la sucesión anterior: 4, 7,
10, 16, 28, 52, 100,... Dividamos por 10 la sucesión anterior: 0,4; 0,7; 1,0;
1,6; 2,8; 5,2; 10,0 ... ello nos da con mucha aproximación el valor de las
unidades astronómicas a que dista del sol cada planeta: Mercurio 0,38, Venus
0,72, Tierra 1, Marte 1,52, Ceres –el mayor de los asteroides, descubierto por
Piazzi luego de enunciada la ley- 2.77, Júpiter 5,2 y Saturno 9,4.”

Más tarde se descubrió que los nuevos
planetas Urano y Plutón se ajustaban también a esta ley (Urano 19,18 UA reales
contra las 19,6 establecidas por la ley, Plutón 39,759 UA reales contra 38,8
hipotéticas), y el único planeta de todo el sistema solar que no se ajustó a la
ley numérica descubierta por Titius fue Neptuno, por lo cual matemáticos
modernos reformularon la ley. Pero el esquema de Titius nuevamente se mostró
eficaz para indicar la distancia a que se encuentran las lunas galileanas
respecto de Júpiter, así como los satélites de Saturno y Urano respecto de
estos planetas.
En esencia, pues, -haciendo abstracción del sumando 4 en la ecuación enunciada, poco significativo para grandes distancias- a medida que nos vamos alejando del Sol, cada planeta dista del astro el doble que el anterior, siguiendo una progresión geométrica. Lo mismo hacen las lunas respecto de los planetas que orbitan. Y ya se está aplicando esta ley a sistemas planetarios lejanos, con resultados promisorios.
Lo extraño es que el esquema numérico descubierto por Titius no responde a ninguna ley física conocida. Ni la ley de gravedad formulada por Newton explica porqué las órbitas de los planetas siguen esta progresión numérica, ni la teoría nebular de Laplace, que pretende exponer el origen del sistema solar, da razón de este esquema numérico, aparentemente universal. Parece como si sencillamente los planetas siguieran la ley del Número, intentando ajustar sus órbitas reales a un esquema ideal, con diferencias mínimas.
Pero la extrañeza es sólo nuestra, formados como estamos en el materialismo científico. Pitágoras simplemente hubiese visto en este caso una confirmación más de su proposición: “el número es la ley del universo”.
En esencia, pues, -haciendo abstracción del sumando 4 en la ecuación enunciada, poco significativo para grandes distancias- a medida que nos vamos alejando del Sol, cada planeta dista del astro el doble que el anterior, siguiendo una progresión geométrica. Lo mismo hacen las lunas respecto de los planetas que orbitan. Y ya se está aplicando esta ley a sistemas planetarios lejanos, con resultados promisorios.
Lo extraño es que el esquema numérico descubierto por Titius no responde a ninguna ley física conocida. Ni la ley de gravedad formulada por Newton explica porqué las órbitas de los planetas siguen esta progresión numérica, ni la teoría nebular de Laplace, que pretende exponer el origen del sistema solar, da razón de este esquema numérico, aparentemente universal. Parece como si sencillamente los planetas siguieran la ley del Número, intentando ajustar sus órbitas reales a un esquema ideal, con diferencias mínimas.
Pero la extrañeza es sólo nuestra, formados como estamos en el materialismo científico. Pitágoras simplemente hubiese visto en este caso una confirmación más de su proposición: “el número es la ley del universo”.
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