El
bien y el mal no son atributos únicamente del alma humana. Es frecuente oír que
los animales se conducen por instinto en todos sus actos, pero nada está más
alejado de la verdad. Por empezar, ni siquiera hay acuerdo sobre lo que es el
instinto. Podríamos definirlo como una conducta heredada. Pues bien, los
animales dan muestra a cada paso de su capacidad para responder con nuevas
conductas a situaciones imprevistas; por ejemplo, aquel misterio del pescado
faltante en la línea de un pescador ártico, filmado en un conocido documental.
Cuervo inteligente
El pescador practicaba un agujero circular
en el hielo, y por allí bajaba el anzuelo, puesto con una carnada al final de
la línea. Luego se iba, y al día siguiente cobraba su presa, infaliblemente.
Pero un día recogió la línea y se encontró con el anzuelo desnudo: el pez había
comido la carnada y desaparecido. Al día siguiente, lo mismo. Al tercer día,
igual. El pescador comprendió que alguien le estaba robando su pesca, y a la
noche siguiente se quedó vigilando para descubrir al ladrón, y reprenderlo por
su acción.
En efecto, el ladrón fue descubierto y filmado por la cámara: era un cuervo silvestre, con una habilidad endemoniada para recoger la línea, comer el pescado y devolver el anzuelo al fondo del agua. Había vigilado al pescador día tras día, y comprobado que al recoger éste la línea siempre aparecía un pescado; hábilmente decidió sacar provecho de la situación, ante la cual ningún ancestro suyo se había jamás encontrado. Su acción fue inteligente, no instintiva. Además, había ideado el mejor método para recoger la línea, fijándola con una pata, mientras el pico ayudado por la otra recogían. Este ejemplo contemporáneo –junto con otros similares descriptos por conocidos etólogos- sirve para refutar la idea de un reino animal regido exclusivamente por la fuerza ciega del instinto.
En efecto, el ladrón fue descubierto y filmado por la cámara: era un cuervo silvestre, con una habilidad endemoniada para recoger la línea, comer el pescado y devolver el anzuelo al fondo del agua. Había vigilado al pescador día tras día, y comprobado que al recoger éste la línea siempre aparecía un pescado; hábilmente decidió sacar provecho de la situación, ante la cual ningún ancestro suyo se había jamás encontrado. Su acción fue inteligente, no instintiva. Además, había ideado el mejor método para recoger la línea, fijándola con una pata, mientras el pico ayudado por la otra recogían. Este ejemplo contemporáneo –junto con otros similares descriptos por conocidos etólogos- sirve para refutar la idea de un reino animal regido exclusivamente por la fuerza ciega del instinto.
Mimetismo
Un
segundo ejemplo de inteligencia y creatividad animal nos lo ofrece el mimetismo
instantáneo. Se ha puesto una sepia a nadar sobre un piso ajedrezado,
obviamente nunca conocido antes por este molusco. Al poco tiempo, apareció
sobre su lomo un rectángulo blanco, resultado de un mimetismo tentativo con el
nuevo ambiente. Si se tapan los ojos de la sepia, el rectángulo no aparece;
ello prueba que el diseño sobre su piel es fruto de la observación del animal,
y de su voluntad de mimetizarse. Pero el mimetismo animal trabaja mejor a
través de la herencia; la voluntad de mimetismo de un individuo pasa a sus
descendientes en forma de predisposición genética, con resultados
espectaculares. Las sepias actuales muestran su genialidad mimética en los
ambientes conocidos por sus antepasados, como rocas y arbustos submarinos: aquí
se cambia no sólo el color, sino la textura de la piel y el grosor de los
tentáculos, para parecerse a las plantas. De modo que el mimetismo instantáneo
es producto de la inteligencia del individuo, pero más aún, de la inteligencia
y habilidad mutativa de la especie.
Genio animal
Suelen atribuirse las conductas individuales a un determinismo
hereditario, olvidándose que la herencia a su vez está determinada por las
conductas individuales previas. Los logros evolutivos son producto de la voluntad
y el genio de la especie, sea que este genio trabaje concientemente, como en
los casos apuntados del cuervo pescador y la sepia mimetizada con el piso
ajedrezado, o que lo haga de manera inconsciente, por medio de la herencia.
La
concepción mecánica de unos seres vivos regidos por instintos asimilables a
fuerzas físicas ya no es viable. Todo contribuye a demostrar que el animal
–como la propia etimología del término lo indica- es un ser con alma (anima,
en latín), y por lo tanto, inmerso en la misma bipolaridad moral que el hombre.
Dentro de cada especie animal hay individuos buenos y malos, mejores y peores,
tal como acontece con la raza humana.
Recuerdo haber visitado una vez el zoológico de Cutini, en las afueras
de Buenos Aires. Este hombre tenía unos cincuenta leones enjaulados, y solía
hacer un acto para el público, metiéndose en la jaula y poniendo su cabeza
entre las fauces de los leones. Luego conversaba con la gente. Yo le pregunté
si podía hacer el acto con todos los leones, y él me respondió con un “no”
categórico. “¿Y eso porqué?”, dije yo, a lo cual contestó simplemente: “Porque
hay leones que son malos”. “Por más entrenamiento que tengan, -agregó- algunos leones no se pueden domesticar.”
Lejos de mí contradecir la opinión de semejante experto...
También
hay dentro de una misma especie razas nobles o abnegadas, juguetonas,
pusilánimes o malhumoradas. Así, el fox terrier y su pasión por la caza; el
Labrador, perro lazarillo de abnegación sin igual; el faldero cascarrabias y el
bull dog de mal carácter, etc. Cada una tiene su propio temperamento, su propia
complexión espiritual. Hay especies enteras consagradas al parasitismo, al mal,
aunque algunos biólogos pongan el grito en el cielo. Daré sin embargo mi
ejemplo, y juzgue el lector.
¿Hormigas u hombres?
En
su libro “Viaje a las hormigas”, los biólogos Edward O. Wilson y Bert
Hölldobler relatan un caso increíble:
una especie de hormigas ha mutado para adaptarse anatómicamente a otra, con el
fin de parasitarla (las hormigas son ciegas, y se guían por señales químicas,
por lo cual resultan fáciles de engañar).
Leemos:
“Una hormiga reconoce a una compañera de hormiguero únicamente por su
olor. (...) Muchos coleópteros y otros insectos que son parásitos sociales, la
mayoría de los cuales son radicalmente distintos en forma y tamaño, son
maestros en el arte de adquirir el olor de la colonia o el aroma atractivo de
una larva de hormiga. A pesar del hecho de que no pasarían ninguna otra prueba
concebible de reconocimiento, son prontamente admitidos como huéspedes de las
hormigas, que entonces se sienten inclinadas a alimentarlos, lavarlos y
llevarlos a cuestas de un lugar a otro.
Parafraseando a William Morton Wheeler, es como si una familia humana
invitara a comer a gigantescas langostas, tortugas enanas y monstruos
similares, y no notara nunca la diferencia.
Algunos de los parásitos sociales más refinados son hormigas que
embaucan a otras especies de hormigas. El ejemplo extremo puede ser Teleutomyrmex
caespitum, en los Alpes franceses y suizos. La especie carece de casta de
obreras, y depende de las obreras del patrón para su cuidado. Las reinas, que
son diminutas en comparación con la mayoría de hormigas, -pues tienen de
promedio sólo 2.5
milímetros de longitud- no contribuyen de ninguna manera
productiva a la economía de las colonias patrón. Son únicas entre todos los
insectos sociales conocidos porque no únicamente son parásitas, sino
ectoparásitas: pasan gran parte del tiempo montadas sobre el dorso de sus
patrones. Este hábito peculiar es posible no sólo por su pequeño tamaño, sino
por la forma de su cuerpo. La superficie inferior del abdomen es fuertemente
cóncava, lo que hace posible que los parásitos aprieten su cuerpo contra el del
patrón. Las almohadillas y garras de sus pies son en proporción grandes, lo que
permite a Teleutomyrmex asegurar un sólido punto de apoyo sobre la lisa
superficie corporal quitinosa de otras hormigas. Las reinas tienen una fuerte
tendencia instintiva a agarrar objetos, de preferencia la reina madre de la
colonia patrón. Se han observado hasta ocho de ellas cabalgando sobre una única
reina patrón, con sus cuerpos amontonados y las patas asiendo y recubriendo su
cuerpo e impidiendo que se moviera.
Estos parásitos extremos se han infiltrado en las sociedades de Tetramorium
en todos los detalles. Son alimentados por las obreras mediante la
regurgitación directa. También se les permite compartir el líquido que se pasa
a la reina patrón. (...) La población de obreras patrón se ve reducida por la
carga de la población de parásitos. Sin embargo, cuidan de las Teleutomyrmex
en todos los detalles y crían una generación numerosa, capaz de infestar las
colonias cercanas. En todos los estadios del ciclo biológico, desde el huevo al
adulto, las Teleutomyrmex envían señales, principalmente de naturaleza
química, que hacen que sus patrones las acepten como miembros completos de las
colonias. Durante el curso de la evolución se ha pagado un precio por esta proeza
de perversidad. (el subrayado es mío). Sobre las Teleutomyrmex está
la marca del parásito: su cuerpo es débil y degenerado.”
La
cita ha sido larga, pero merece la pena: Wilson es doctorado en Harvard, y
tiene 27 doctorados honorarios. Este académico de prestigio, como vimos, no ha
dudado en calificar la evolución y el comportamiento de una especie de hormigas
como “una proeza de perversidad”. Estamos bien lejos de la evolución dirigida
por mero azar de Darwin. Hay un propósito en la evolución de la Teleutomyrmex ,
el propósito de parasitar. Los miembros de la hormiga han evolucionado
con este fin. Nada de azar, pues.
El
libro de los doctores Wilson y Hölldobler describe otras conductas de las
hormigas sorprendentemente humanas:
“Otra forma de parasitismo bien conocida en las hormigas es la
esclavitud de otras especies de hormigas. (...) Las colonias de hormigas odre
suelen saquear las colonias más débiles, destruyendo a las reinas y capturando
a las obreras más jóvenes y los miembros de la casta de los odres, que después
viven y trabajan en los nidos de las conquistadoras. Se trata de una
verdadera esclavitud incluso según la definición más estricta: sojuzgación y
trabajo forzado de miembros de la misma especie.
No
hay nada en el mundo de las hormigas que sea visualmente más sorprendente que
las incursiones esclavistas de las especies del género Polyergus, las
llamadas hormigas amazonas. De color rojo brillante o negro azabache, de tamaño
grande, osadas y vigorosas en la guerra, las hormigas amazonas se encuentran en
la cima del modo de vida esclavista. (...) Las amazonas nunca excavan nidos ni
cuidan de sus propias crías. Incluso son incapaces de obtener su propia comida,
aunque pueden lamer agua o alimento líquido. Para lo esencial del alimento,
alojamiento y educación, dependen totalmente de las esclavas surgidas de los
capullos de obreras que han saqueado en colonias extrañas. Separadas de dichas
esclavas, son completamente incapaces de vivir.”
Se
trata, pues, de una casta de guerreras, como las hubo en tantos imperios
humanos. También se conocen especies que crían pulgones para comer sus huevos,
como el hombre cría gallinas. Wilson y Hölldobler concluyen:
“Propaganda, esclavismo, decodificación, engaño, mimetismo, mendicidad,
caballos de Troya, salteadores de caminos, cucos: todos están presentes entre
las hormigas y los depredadores y parásitos sociales que las embaucan. Estos
términos pueden parecer excesivamente antropomórficos, al convertir las
hormigas y sus socios en hombrecillos. Pero quizá no lo sean. Es igualmente
posible (...) que los fenómenos aquí hemos explicado sean categorías naturales
inevitables de explotación, donde quiera que tengan lugar.”
No
quiero abandonar el mundo de las hormigas sin citar el caso extraordinario de
la especie Camponotus saundersi que vive en Malaysia: “Estas
hormigas están programadas en su anatomía y en su comportamiento para ser
bombas ambulantes. Dos glándulas enormes, llenas de secreciones tóxicas, corren
desde la base de las mandíbulas hasta el extremo posterior del cuerpo. Cuando
las hormigas se ven acorraladas durante el combate, ya sea por hormigas
enemigas o por un depredador atacante, contraen violentamente sus músculos
abdominales, lo que revienta la pared del cuerpo y hace que las secreciones
rocíen al enemigo.” ¡He aquí al kamikaze natural!
Árboles asesinos
Antes de cerrar
estas líneas, debo señalar que el reino vegetal no es ajeno a la influencia de
la bipolaridad moral. En las selvas existe una competencia feroz entre los
árboles, por alcanzar la luz solar. Pero hay plantas trepadoras –oportunistas
del reino vegetal- que toman un atajo: en lugar de esperar durante años el
crecimiento de un tronco elevado, aprovechan los troncos ya desarrollados, y
enredándose en ellos, alcanzan el sol en poco tiempo. Algunas de estas plantas
se conforman con abrazar al tronco; pero otras lo estrangulan, como el
matapalos. Se trata de un caso sombrío de perversidad vegetal. El árbol huésped
está condenado, apenas el matapalos comienza a rodearlo. Incluso los brotes
nuevos crecen bajo esta amenaza, pues la misma enredadera simplemente espera a
que alcancen altura suficiente para abrazarse a ellos, abandonando al viejo
tronco que las hospedó, ya muerto.
Mas no todo es perversidad en el mundo natural: también hay curas
milagrosas, como la de aquel árbol infestado de gusanos, que en el laboratorio
de su propia savia encuentra el remedio adecuado, y exuda una sustancia que
mata a los parásitos, manteniéndose él mismo lozano.
Nada de azar, pues, en la evolución, sino voluntad de vivir, y
mutaciones dirigidas por el anima mundi, para lograr la realización de
cada especie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario