Hace poco leí el libro de Charles Fontbrune
consagrado a “Los cometas y las profecías”. En él se intenta determinar si
estos fenómenos celestes constituyen señales nefastas para la humanidad –tal
como sostiene una superstición milenaria- o bien, su aparición es indiferente.
El autor traza un paralelo entre los cometas observados en tiempos históricos y
los acontecimientos destacados durante esos años, concluyendo que no existen
coincidencias significativas que avalen la superstición. Sin embargo, Fontbrune
comete un grave error: confunde señales con causas, intercambiando los términos
arbitrariamente. Así, por ejemplo, escribe:
“Sebastián,,
rey de Portugal (1554-1578), tras haber decidido tomar África a los musulmanes,
montó una expedición en 1577, año en el que apareció un cometa. La empresa
resultó un desastre y Sebastián murió en combate. La responsabilidad de la
catástrofe se endosó al cometa.”
Hay una sutil tergiversación en este
párrafo: un signo no es responsable de nada. Si yo afirmo: “en el próximo tiro
de ruleta saldrá el 14” ,
simplemente estoy haciendo un pronóstico, no soy responsable de que la bola
caiga en ese número. La causa eficiente, en este caso, es el azar, no mi
pronóstico. Del mismo modo, si un cometa aparece en el cielo al inicio de una
campaña militar, su presencia puede presagiar un desastre, pero no será el
causante del mismo. Veamos otro caso descripto tendenciosamente por Fontbrune:
“En 44 antes de Cristo, el día de los idus
(15 de marzo), César acababa de llegar al senado cuando unos conjurados, entre
los cuales se encontraba Bruto, a quien el gran hombre había colmado de
beneficios, le apuñalaron. Aquel año, dos cometas fueron visibles en el cielo
romano. No se dejó de atribuir a esos dos cometas el asesinato.”
Nadie atribuyó nada a los cometas sino
nuestro autor: un cometa no asesina a nadie, salvo que le caiga encima...
Otro cometa, “que brillaba en el cielo de
Roma en el 37, año del nacimiento de Nerón, fue hecho responsable de los
errores del dictador por el escritor latino Suetonio”. El autor latino se
revolvería en su tumba si leyera este párrafo... Otros errores: “En 457, la
muerte de Meroveo fue atribuida a un cometa”; “En 453, Atila muere “a causa” de
un cometa”...
Suficiente con lo dicho: Fontbrune confunde
el presagio de un acontecimiento con la causa del mismo. Pero dejando de lado
estos errores de concepto, el libro resulta instructivo, pues nos ofrece la
posibilidad de comparar la cronología de estos fenómenos celestes en relación
con la historia mundial de los últimos milenios. Y en efecto, como hace ver
Fontbrune, ha habido cometas cuya aparición no coincide con ningún suceso
histórico destacado, al tiempo que muchas catástrofes –incluyendo las dos
guerras mundiales- no fueron presagiadas por ningún cometa.
De aquí el autor concluye que no asiste
razón alguna a la superstición. Pero su análisis es defectuoso, pues la
presunción de que los cometas presagian catástrofes no implica que toda
catástrofe deba ser señalada por un cometa. Puede haber otros presagios que la
anuncien, pues el lenguaje de los símbolos es muy variado.
Por otra parte, la existencia de cometas
“neutros”, sin significado histórico alguno, no invalida el valor simbólico de
los demás. La letra u no
tiene valor fonético en español cuando sigue a la letra q, y tampoco cuando
está entre la g y la e o la i. Pero estas
apariciones mudas no anulan su valor fonético general. Así pues, en el lenguaje
de los símbolos, los cometas pasan sin pena ni gloria a veces. Pero en una
buena parte de los casos, constituyen presagios.
La
superstición les atribuye anuncios de pestes, guerras, muertes de reyes y
calamidades en general; por excepción pueden ser buen augurio, pues según Li
Chun Feng, escritor chino del siglo VII, “cada vez que aparecen ocurre algo que
destruye lo viejo y establece lo nuevo”.
De la misma reseña histórica de Fontbrune se
desprende que se vieron cometas el año de la muerte de Julio César, Atila,
Mahoma, Meroveo, Carlomagno y Federico II de Alemania, así como el año anterior
a la muerte de Kublai-Khan. Prácticamente se trata de los mayores líderes de la
historia mundial, desde el siglo -I hasta la Edad Media. La campaña
de Rusia que significó la ruina de Napoleón, fue emprendida bajo el augurio
nefasto de un cometa.
En cuanto a catástrofes, juzgue el lector:
cometas coincidieron con el incendio de Roma por Nerón el año 64, con la
erupción del Vesubio que destruyó Pompeya y Herculano el año 79, con la peste
negra que comenzó en Europa el año 1347 –la cual diezmó a la cuarta parte de la
población- y con el comienzo de la
Guerra de los Cien Años en 1337.
No faltaron tampoco los cometas para
anunciar a Moctezuma y Atahualpa el fin de los imperios indios en 1517 y 1531.
Para ser signos inocuos, eligieron bastante bien algunas de sus apariciones.
Pero ¿cómo es posible que unos fenómenos astronómicos actúen a la vez como
señales del destino? ¿No hay contradicción?
Los cometas tienen unas características
bastante bien conocidas por los astrónomos: son cuerpos sólidos constituidos
generalmente por un núcleo rocoso y una cubierta exterior de gases
congelados. Provienen de dos regiones
exteriores del sistema solar, una más cercana, llamada “cinturón de Kuiper”, y
otra más densa y mil veces más lejana, conocida como “nube de Oort”. Cuando su
interacción gravitatoria envía algunos cometas lejos de la nube, estos
adquieren una órbita excéntrica que los acerca al sol. A medida que el calor
del astro evapora los gases congelados, éstos se despliegan en la
característica “cola”, por acción del viento solar. De modo que la cauda del
cometa se extiende siempre en dirección contraria al sol.
Perfectamente, dirán ustedes, todo esto no
tiene ninguna relación posible con sucesos humanos: el cometa no envía “rayo”
alguno que pueda influenciarnos, y su acercamiento a la Tierra depende de factores
externos. Por mi parte, estoy de acuerdo con estos argumentos. El cometa no nos
influencia en modo alguno, ya lo dije; no es causante de las guerras o la
muerte de reyes. Ningún rayo o radiación que pueda afectarnos surge de él.
¿Entonces? La respuesta no está en la astrofísica, sino en el terreno de las
coincidencias estudiado por Kammerer, Jung y Pauli.
Un ejemplo nos ayudará a ver claro, aunque al
principio parezca ajeno al tema. Cuando mis hijos mayores concurrían a la
escuela primaria, yo les compraba a veces en el quiosco unos dulces llamados
“Gotitas de amor”. La primera vez que los llevaron a la escuela, volvieron más
temprano a casa, pues la maestra se golpeó al caerle una repisa en la cabeza.
La segunda vez, la maestra faltó, por estar enferma. La tercera vez que compré
a los chicos las “Gotitas de amor”, cosa de un mes después, decíamos en broma
que la maestra iba a faltar; grande fue nuestra sorpresa al enterarnos de que
esa misma mañana se había quebrado un hueso al caer por la escalera. Hubiese
sido ridículo de mi parte atribuir las desgracias de la maestra a nuestra
compra inocente de un dulce; simplemente, dos sucesos independientes entre sí
se habían sincronizado, sin que hubiera relación de causa-efecto entre uno y
otro.
Otro tanto ocurre con la aparición de
cometas y las catástrofes a escala humana. Ninguno de esos dos acontecimientos
tiene influencia sobre el otro, pero a veces se sincronizan, como las “Gotitas
de amor” y las enfermedades y golpes de la maestra. La sabiduría popular
advirtió la coincidencia frecuente de ambos sucesos, y los relacionó entre sí
como señal o presagio el uno del otro. Si un cometa se hace visible en el
cielo, es posible –y sólo posible- que coincida con una catástrofe en la región
donde se observa.
Es preciso que el cometa sea visible a
simple vista; los que sólo se observan mediante el telescopio no funcionan como
señales. El brillo de un cometa visto desde la Tierra depende de un
conjunto de factores muy difíciles de ponderar, y muchas veces los astrónomos
se equivocan al anunciar la visibilidad al ojo desnudo de un cometa que después
no se ve, (ocurrió con el Kohoutek y con el último paso del Halley) o se
sorprenden ante el brillo creciente de un cometa considerado poco prometedor
(tal fue el caso del cometa Mc Naught). Esta impredicibilidad de los cometas con
respecto a su brillo aparente los convierte en elementos susceptibles de
producir sincronismos, los cuales siempre emergen como un orden momentáneo en
medio del caos representado por el azar.
Cometa McNaught sobre Buenos Aires
Cometa McNaught sobre Buenos Aires
Yo tuve la suerte, a principios del año pasado, de hallarme en la costa cuando apareció el cometa Mc Naught. Salimos a una playa apartada para verlo: parecía un reflector en medio del cielo, como si detrás hubiese una locomotora invisible. Su cola cubría unos treinta grados. Superó en brillo a Júpiter durante una semana, y luego fue apagándose de a poco; a fines de enero desapareció.
Según los astrónomos, alcanzó la magnitud
-5,5 (el brillo aparente de un astro se mide en magnitudes descendentes). Ello
sumado a su visibilidad en el atardecer, y la longitud de su cola, lo convirtió
en una señal clara y definida. Un anuncio celeste, para hablar como los
antiguos. Pero ¿un anuncio para quién? El cometa se hizo más visible en el hemisferio sur, con una observación
especialmente favorable para países como Argentina, Chile, Brasil, Sudáfrica y
Australia.
En nuestro país, el año 2007 vio la primera elección de una mujer
como presidente, y este acontecimiento es suficiente eco a la aparición del
cometa. Si bien antes tuvimos otra presidente, no fue elegida por el voto
popular. El diario de mayor circulación en el país publicó en su portada una
espectacular foto del cometa sobre el Congreso, y así quedó asociado a un
acontecimiento relacionado con la democracia argentina.Los países vecinos, Chile y Brasil,
también vieron por primera vez en estos años a mujeres presidentes
(Bachelet asumió nueve meses antes de hacerse visible el Mc Naught, su
presidencia fue sincrónica con el cometa; Roussef tomó el cargo cuatro años
después del anuncio celeste, en 2011), lo cual señaló un cambio importante en
las democracias del cono sur, donde el cometa fue muy visible en el cielo.
En cuanto a los países occidentales del
hemisferio boreal, -allí se observó cerca del horizonte a comienzos de enero- durante
el mismo período sufrieron una profunda recesión, que con anémicas
recuperaciones y recaídas sigue hasta el día de hoy. Según piensan muchos
economistas, lo peor está aún por verse, incluyendo la posibilidad de una Gran
Depresión. El cometa parece haberla anunciado, pues fue la señal celeste más
visible en décadas. Así, un mismo símbolo puede ser fasto para unos, y nefasto
para otros.
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