¿Existe un virus psíquico?



   El tema de esta reflexión es un virus inexistente, pero -como las brujas del proverbio- que lo hay, lo hay. Actúa en forma imprevista y demoledora sobre individuos o grupos humanos psíquicamente relacionados entre sí de las más diversas maneras. Como los virus físicos, encontramos que algunas personas son inmunes a ellos. Esta similitud nos ha llevado a acuñar el concepto de "virus psíquico", que entendemos permite comprender a este agente dañino y su modo de actuar, mucho mejor que el término "maldición" con que popularmente se lo conoce. Daremos algunos ejemplos, para que el lector juzgue la pertinencia del nuevo concepto.

La maldición del faraón


  Empezamos por el prestigioso misterio egipcio, conocido como "la maldición de Tutankamón". En noviembre de 1922 se encontró la tumba del faraón, tras lo cual enfermó gravemente, y -al cabo de unos meses- murió lord Carnarvon, quien había financiado las excavaciones. Varios arqueólogos y turistas que visitaron la tumba recientemente abierta, cayeron enfermos o murieron poco después. Así el profesor La Fleur realizó una visita a la tumba el primer día que llegó a Luxor, muriendo esa misma noche en un hotel. Un millonario americano, George Jaygould, murió de repente el mismo día que visitó la tumba. El técnico jefe del avión que transladó el sarcófago a Londres, Ian Lansdown, quien había dado una patada a la caja que contenía la máscara mortuoria, se rompió aquella pierna dos años después en un absurdo accidente. Y un largo etcétera de percances sufridos por aquellos que,  de cerca o de lejos, han tenido que ver con este hallazgo.
   Aquí se hace evidente que la "maldición" del faraón funciona como un virus, contagiando a quien profanó su tumba con la misma desgracia padecida por él. Enfermedad y desgracia son aquí una sola y única cosa, como en el pensamiento animista.
  Los antiguos romanos no se hubiesen sorprendido por esta concidencia fatal. Ellos consideraban peligroso profanar tumbas de muertos jóvenes, pues creían que el mal sino que los había matado continuaba latente a la espera de cobrar nuevas víctimas. Sin embargo, no debe creerse que la maldición se transmita únicamente por medios físicos. Un caso famoso nos hará ver claro al respecto: el paralelismo entre los dos presidentes norteamericanos asesinados, Abraham Lincoln y John F. Kennedy.

Kennedy y Lincoln


   Lincoln tenía una secretaria que se llamaba Kennedy; Kennedy tenía una secretaria que se llamaba Lincoln. Lincoln fue asesinado en el teatro Ford; Kennedy fue asesinado mientras viajaba en un Ford Lincoln. Ambos fueron asesinados mientras estaban junto a su esposa. Ambos fueron sucedidos por un presidente sureño llamado Johnson. Los dos murieron de un tiro y los dos presagiaron su muerte.
   Parecería que al sentarse en el sillón presidencial del difunto, Kennedy fue aprisionado por su negro destino, activando un virus que matemáticamente conectó situaciones y nombres para llevarlo al inexorable final. Una vez la víctima localizada en las coordenadas psíquicas específicas, el virus detonó, fulminándola.
  La maldición se extendió a la familia Kennedy entera, hallando quizá en ella una predisposición al mal sino (en términos médicos diríamos que los Kennedy tenían bajas defensas contra los virus psíquicos). Robert Kennedy murió asesinado como su hermano, y Edward Kennedy salvó su vida milagrosamente en un accidente de auto donde murió su secretaria, tras lo cual disfruta de una vida larga y serena, como si habiendo resistido al asalto del virus, ya no tuviese nada que temer.
  Un destino parecido afectó a tres políticos con el mismo apellido, Mahatma, Indira y Rajiv Gandhi, todos los cuales murieron asesinados ocupando el cargo de presidente de la India.
  Cabe preguntarse, puesto que el asesinato es obra de un tercero, qué papel juega un virus en ello, pues se supone que es portado por la víctima, y no por el victimario. Respondo que el virus psíquico por mí postulado, no es un organismo físico como los virus que estudia la biología, sino un complejo de energía espiritual, cuya naturaleza le permite, por lo visto, influir en la psique de terceras personas -en este caso los asesinos- para obligarlo a obrar de manera que cumplan con las tendencias del virus sobre la víctima.
   Por otra parte, la naturaleza espiritual del virus le hace intemporal, vale decir, no puede establecerse una relación de causa-efecto entre los distintos casos en términos de tiempo lineal, sino que todos los casos en los que el virus actúa se influyen recíprocamente, independientemente de la secuencia temporal en que ocurren.
  En el caso de los presidentes norteamericanos, tanto vale decir que el destino de Lincoln afectó a Kennedy, como que el destino de Kennedy afectó a Lincoln. Como dos cuerdas que vibrasen al unísono, ambos hombres comparten una misma frecuencia tonal; sus ondas espirituales se expanden hacia "adelante" y "atrás" en el espacio-tiempo, sin que sea posible establecer cuál es la causa y cuál el efecto de la vibración.

James Dean


 Es curioso cómo el pensamiento fetichista puede explicar el funcionamiento de la maldición, pues ésta permanece adherida a objetos que fueron de uso del portador. Así el coche del actor norteamericano James Dean, quien murió en un trágico accidente automovilístico en setiembre de 1955. Después, cuando restos del coche fueron llevados a un garage, el motor se desprendió y cayó sobre un mecánico, rompiéndole ambas piernas. El motor fue comprado luego por un médico, que lo colocó en un coche de carreras, y murió poco después. En la misma carrera pereció otro conductor que se había instalado la palanca de cambios del coche de Dean.
  Después, el automóvil del actor fue reconstruido... y el garage se incendió. Fue exhibido en Sacramento y cayó del pedestal, rompiendo la cadera a un adolescente. Más tarde, en Oregón, el camión que transportaba el coche patinó y se estrelló contra la fachada de una tienda. Finalmente, en 1959, se partió en 11 pedazos mientras estaba apoyado en una sólida base de acero.
   Quien dude que una poderosa energía negativa residía en este auto, merecerá un premio por su estrechez mental. Desde luego, sería inútil indagar si Dean fue la primera víctima de la maldición, o sus manes los causantes de las muertes sucesivas. Por ello preferimos atenernos al símil biológico de los virus, sin intentar determinar cuál es el origen de los mismos. Nos bastará conocer su existencia y funcionamiento, para los fines que nos hemos propuesto.

Una anécdota familiar


  Al respecto, debo citar una anécdota familiar, que siempre me causó gran perplejidad. En Grecia, durante la posguerra, mi padre era oficial de gendarmería. Un día subió a un jeep, en compañía de otros oficiales, para dirigirse a un pueblo a muchas millas de distancia, donde tenían su base de operaciones en la lucha antiguerrillera. Inmediatamente presintió que iban a ser emboscados, y bajó del jeep, instando a sus compañeros a hacer lo mismo. Estos no atendieron al pedido, e insistieron para que los acompañase. Sin embargo, mi padre prefirió ir a pie con la tropa, por un atajo en la montaña. No habían caminado más de una hora, cuando sintieron ruidos de metralla. Corrieron a la cumbre del cerro, y desde allí divisaron al jeep, detenido en la ruta, y todos sus ocupantes muertos. Los guerrilleros estaban ocupados en robar las botas a los oficiales. La tropa abrió fuego, y los guerrilleros huyeron. Como quiera que mi padre, hombre veraz y no dado a fabulaciones, repitió muchas veces esta anécdota, yo le pregunté qué sintió exactamente cuando se sentó en el jeep. "Una opresión" me dijo, "como un peso sobre los hombros" acompañada por la certeza inexplicable de que serían emboscados.
  Aquí podemos discernir a la intención asesina de los guerrilleros como una fuerza negativa cerniéndose sobre su objetivo, el jeep. Esta fuerza, de índole netamente espiritual, operaría exactamente igual que las "maldiciones", siendo en este caso, producida por un agente viviente.

El Titanic

Veamos otro caso famoso, donde la maldición pesa como una sombra sobre un determinado vehículo de transporte: el Titanic.
   "En 1898, el escritor norteamericano Morgan Robertson publicó una novela acerca de un gigantesco transatlántico, el "Titán", que se hundía una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje. Catorce años después, en uno de los peores desastres marítimos de la historia, el "Titanic" se hundió una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje. Las coincidencias no terminaron allí. Los dos barcos, el real y el de ficción, tenían aproximadamente el mismo tonelaje, y ambos desastres ocurrieron en el mismo sector del océano. Uno y otro eran considerados "insumergibles" y ninguno llevaba suficiente cantidad de botes salvavidas. Si se agrega la extraordinaria historia del "Titanian", las coincidencias Titán-Titanic comienzan a desafiar la credulidad humana. El tripulante William Reeves, que estaba de guardia una noche de abril de 1935, durante un viaje del Titanian entre el Tyne y Canadá, tuvo un presentimiento. Cuando el Titanian llegó al lugar donde se habían hundido los otros dos barcos, la sensación era insoportable. Pero ¿podía Reeves detener el barco sólo por un presentimiento? Otro factor -una coincidencia más- lo decidió: había nacido el día del desastre del Titanic."¡Peligro avante!" gritó al puente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando un iceberg apareció en la oscuridad. El barco lo evitó por muy poco.
   Este relato, tomado de la enciclopedia "Lo Inexplicado", nos inspira una reflexión: la descripción que hace el escritor de novelas es una profecía exacta de la tragedia en alta mar, como si su espíritu -en vigilia o en sueños- hubiese tenido una visión remota de la misma. En cambio, la premonición del marinero es más bien una sensación de peligro inminente, del mismo tipo que la sentida por mi padre en el jeep.
   El novelista -vidente o profeta- es espectador de una tragedia desde afuera del escenario, no tiene poder para cambiarla; el marinero y el gendarme, por el contrario, son sujetos de la acción, y utilizan su don intuitivo para evitar las fuerzas fatales que tejen la trama. Por esto, el verdadero poeta no sabe, cuando inicia la escritura de una obra, cuál será el destino final de sus personajes; y sólo lo ve consumarse bajo su pluma, como si ésta, impelida por una idea rectora, volara sola hacia su desenlace.

Un agente cotidiano


   He optado para presentar el "virus psíquico" por casos resonantes, o que conozco personalmente. Sin embargo, basta seguir la crónica negra de los diarios para distinguir sin mayor tardanza la intervención de este agente en muchos casos de accidentes y muertes violentas en general.
   Así, en el último año, en la Argentina, ha habido una proporción desacostumbrada de accidentes fatales en los ascensores, muchos de los cuales resultan inexplicables a menos de reconocer una súbita perturbación psíquica de la víctima, como el portero que se asomó al hueco del ascensor, y se precipitó por él, o los niños que abrieron la puerta entre dos pisos, descolgándose a continuación hacia el palier, para lo cual hubieron de balancearse a una altura de once pisos sobre el abismo, donde cayó uno de ellos. Otra seguidilla fatal hubo hace tiempo, en que se empujaba a la gente al paso del tren tras robarle. Es dudoso que la difusión periodística fuese la responsable de la repetición de estos crímenes, pues una vez que cesó la seguidilla, no se ha vuelto a producir ningún caso en años, pese a que los andenes carecen de una vigilancia especial.
   Más recientemente, hemos tenido una racha de asesinatos cometidos por policías, casos bautizados por los periódicos como "gatillo fácil". Por nimiedades, los policías disparan contra gente inocente, más de una decena de homicidios en pocos meses, cosa que desde luego no es habitual.
   Se me ocurre que el trauma psíquico producido por cada caso genera ondas en la noosfera, transmitiéndose a otros sujetos en forma de excitación psíquica, la cual induce una repetición irresistible de aquella conducta en esas personas. Esto genera accidentes de un mismo tipo en cadena -llamados popularmente "rachas"- o las seguidillas de crímenes similares llevados a cabo por distintos sujetos. Es tan difícil poner coto a estos procesos, como frenar la actividad de los virus biológicos. Posiblemente formen parte de la autorregulación de la especie. Todo lo que se puede hacer, es mantenerse alerta -sin exagerar la nota, pues ello genera falsas alarmas- y oír la voz interior que nos avisa de estos peligros. Con suerte y viento a favor, nos mantendremos alejados de las maldiciones.
   Finalmente, digamos que la existencia de los virus psíquicos se encuadra dentro de una realidad espiritual no reconocida por la ciencia del siglo XX, pero que fue conocida en el pasado y será probablemente redescubierta en el futuro. Esta realidad espiritual es el motor de todas las actividades de los seres vivientes, y su reconocimiento constituirá la base de nuevos avances en las ciencias que estudian el comportamiento humano.



Actualización

  Cuando hablo de virus espirituales estoy evidentemente alejado de la concepción teológica del espíritu, que hace de este concepto una entidad abstracta e inoperante en la realidad. Para mí, el pneuma es la sustancia misma de la vida, el molde ideal que da forma a todas las cosas, confiriéndoles su carácter y propósito. Lo concibo como un campo virtual, en constante interacción con la materia y energía del universo.
   Recientemente he leído el notable libro de Lynne Mc Taggart, titulado precisamente El campo. En él se resumen las investigaciones de físicos como Timothy Boyer, Hal Puthoff y otros acerca del Campo Punto Cero, un nuevo concepto capaz de conciliar la física newtoniana con las leyes cuánticas. “La existencia del Campo Punto Cero –explica Mc Taggart- implica que toda la materia del universo está interconectada por ondas que se extienden por el espacio y el tiempo, y pueden seguir hasta el infinito, asociando cada parte del universo con todas las demás.”
    Uno de los problemas con que chocaba la teoría cuántica es la cuestión de porqué los átomos son estables. A diferencia de los planetas -cuyos movimientos gravitatorios explica la física newtoniana-, cualquier electrón que se mueva y lleve una carga no sería estable, sino que acabaría saliéndose de su órbita o agotando su energía, con lo que caería en espiral sobre el núcleo, haciendo que toda la estructura atómica se colapsara. Boyer demostró matemáticamente que esto no ocurre, porque “los electrones ganan y pierden energía constantemente del Campo Punto Cero, manteniendo un equilibrio dinámico que los deja exactamente en la órbita justa.  Los electrones obtienen su energía para seguir adelante sin ralentizarse porque se recargan al conectar con estas fluctuaciones del espacio vacío.” 
   Dicho de otra forma, los electrones y los quarks se sumergen en el vacío –cada vez más alejado de la noción metafísica de la nada- y vuelven a reaparecer recargados, tras una existencia virtual momentánea fuera del espacio-tiempo.
“Este intercambio constante es una propiedad intrínseca de las partículas, de modo que incluso las partículas “reales” no son más que un pequeño nudo de energía que emerge brevemente y vuelve a desaparecer en el campo subyacente… Las partículas no pueden ser separadas del espacio vacío que las rodea.”
   Esta dinámica tiene una implicación metafísica muy importante, que acerca el nuevo concepto de Campo Punto Cero a la noción tradicional del espíritu:
   “Si toda la materia subatómica del mundo está interactuando constantemente con este campo energético ambiental básico, las ondas subatómicas del Campo están imprimiendo constantemente un registro de las formas de todas las cosas. Como precursor e impresor de todas las longitudes de onda y de todas las frecuencias, el Campo Punto Cero es una especie de sombra del universo a lo largo del tiempo, una imagen en el espejo y un registro de todo lo que ha sido.” 
   He aquí, pues, una explicación física de aquello que los místicos llaman “registros akáshicos”, un manantial de información donde uno puede sumergirse y vislumbrar el pasado o el futuro. Existe pues una dimensión inmaterial donde se graba la realidad, y de donde nuevas pautas e ideas surgen, al estilo de los arquetipos platónicos.
   Mc Taggart concluye: “En cierto sentido, el vacío es el principio y el fin de cada cosa en el universo.” Yo me permito una ligera modificación semántica, ya que el vacío generador de energía y receptor de formas no es un vacío, sino un plenum, en el sentido aristotélico. He aquí mi versión de la frase, que resume mi pensamiento: “El espíritu es el principio y el fin de cada cosa en el universo”.



















No hay comentarios:

Publicar un comentario